La primera vez que vi el glaciar que rodea la base coreana King Sejong fue durante el vuelo de llegada a la isla Rey Jorge. Un monstruo blanco, cubierto de niebla y de proporciones desconocidas. Con un día de antelación, agendamos una primera salida al glaciar. La niebla y los pedazos de hielo que se desprenden del glaciar afectan la maniobrabilidad de la balsa Zodiac e hicieron imposible levar ancla. En un segundo intento, nos vestimos con un traje de seguridad que nos protegería en caso de caer al agua helada. Si esto llegara a suceder, el traje proporcionaría minutos sagrados de aislamiento y flotación para que el equipo de rescate pueda sacarlo a uno del agua antes de morir de hipotermia.

No es raro que los dioses australes exijan poner la vida misma sobre la mesa a cambio de una visión revelatoria. Y aún así, a pesar de estar rodeados de aguas letales, a unos pocos metros del glaciar, este se envolvía en una gruesa manta de niebla, que le hacía irreconocible. La tripulación estaba sumida en el silencio que evoca naturalmente el estar en presencia de algo sagrado. El único sonido perceptible era el del viento infiltrándose en los oídos, como una respiración de laaaaaaaaaaargo aliento. Y de repente, ese mismo viento hizo que el esquivo animal se despojara de su capa de niebla para revelarse ante nosotros como una verdadera hierofanía.

"Conversaciones con un glaciar" reúne algunas de las visiones que me fueron reveladas en texto e imagen, para compartir un mensaje que se viene propagando desde
atrás y desde abajo, en un lenguaje que no podemos permitirnos olvidar.