Dos costillas, envueltas una en la otra, mueven el mundo a su alrededor, como las aspas de un molino-monstruo. La cámara baja en picada, simulando el vuelo de un ave que colapsa y que se desploma queriendo llegar al centro de la tierra. La obra recuerda el sentido del espiral como viaje, o tránsito a otras dimensiones e interioridades. En este caso, la caída se detiene frente a la osamenta de una ballena, cuyo aliento ahora es uno con el viento. Un cadáver (transido) que se toma su tiempo para desaparecer de esta tierra. Reposa en la orilla de la isla como un centro que persiste en su alianza con las fuerzas de la vida.