Para los antiguos pintores chinos el acto creativo era un esfuerzo por sincronizarse con las fuerzas invisibles de la naturaleza. Había, entonces, una necesidad por identificar el actuar de estas fuerzas en los más pequeños detalles de su oficio. En ese sentido, los dibujos que conforman la serie "Nébula¨ hablan sobre las transformaciones de la materia: formaciones de polvo y gas, donde estrellas nuevas nacen a partir del cadáver de las viejas, la alquimia de un universo absolutamente dinámico. Al dibujo, como a la fotografía, se le ha atribuido un compromiso con la estaticidad; su función ha sido la de atrapar el presente en una superficie aparentemente inmóvil. Sin embargo, la nube es un fantasma inquieto, un fenómeno etéreo, caprichoso e inaprehensible, visible únicamente al ojo que se sincroniza con su ritmo. En este caso el dibujo deviene escultura, en tanto aplana las texturas, haciendo las veces de gravedad, coqueteando con la luz como sucede en la vecindad de los hoyos negros. La mano y la superficie se enfrentan en una lucha que recuerda el encuentro del tiempo con el metal, del agua con la piedra, del viento con la montaña, de lo leve con lo denso, de lo quieto con lo móvil.